Lección #100: Princesa que se respeta, se rescata sola

Había una vez una hermosa princesa que había leído demasiados cuentos de hadas y visto demasiadas comedias románticas para su propio bien. Desde pequeña sintió fascinación por aquel personaje masculino que aparecía eventualmente en la vida de una y todo parecía arreglarse; todo aquello que estuviese mal, que doliera, que fuese incómodo e imperfecto se desvanecería ante la presencia de un hombre que trajera consigo EL AMOR VERDADERO.

Pero cuando la princesa —que tenía una combinación de “La Usurpadora”, “Candy” y “Rebelde Way” en su cabeza— entró a la adolescencia, vio con decepción que aquel maravilloso amor no se presentaba con facilidad y que por el contrario había sido reemplazado por interacciones torpes, botellas borrachas y besos con las almohadas. Y todo era divertido —o por lo menos debía serlo— pero en el fondo no lo era tanto. No lo era porque habían inseguridades adentro, porque la princesa no era la más guapa del grupo, ni la más cool, porque sentía que no era lo suficientemente interesante. Chicos habían, sí, pero varios de ellos le hacían la vida imposible y ella no se atrevía a enfrentarlos; a los hombres había que atraerlos, no rechazarlos, después de todo. Alguien le dijo “lo hacen porque están interesados en ti” y en su cabeza quedó tatuada la idea de que el amor puede llevar todo tipo de disfraces desagradables.

De repente llega alguien que le nubla la cabeza, la pone nerviosa, la hace reír, la tiene en vilo. ¿Es un príncipe? No, pero ella quiere que lo sea, así que ignora las señales, se involucra y ve una fortaleza donde sólo hay un castillo de naipes. Ella lo quiere a él, él no la quiere a ella, y la historia termina antes de empezar.

La princesa conoce el dolor del corazón roto y cómo éste parece abarcarlo todo.

Se suman años, se suman idas y venidas, se suman responsabilidades y trago y fines de semana que parecen no tener fin. ¿Príncipes? Pues no: pasan los que quieren algo pero no demasiado, los que quieren todo pero sin dar nada a cambio, los que ella pasa a llevar, los que aman pero hacen daño, y los que se vuelven una piedra con la cual tropezar y sacarse la mierda una y otra vez hasta que alguien ceda, hasta que el orgullo ponga el pare porque el corazón no sabe hacerlo. ¿Está mendigando cariño? No, por supuesto que no, es lo normal, es parte del proceso, así es el amor: caótico, doloroso, agotador. Tiene que costarte para que lo valores, ¿verdad?

Mientras tanto la vida pasa, pero no pasa nada.

Un día se despierta y resulta que hay que ser un adulto sin saber mucho cómo serlo. Consigue un trabajo que le da lo mismo e ignora al jefe que le hace comentarios inapropiados porque la confrontación, como ya sabemos, la pone nerviosa; pero al menos ahí está el cheque a final de mes, el préstamo vehicular preaprobado, los correos acumulados con asunto “urgente”.

Y entonces llega otro parte de matrimonio más y eso la angustia, más que cualquier otra cosa, más que su propio estancamiento; porque sabe que hay una cuenta regresiva sobre ella, que ya vienen los temidos 30’s y a partir de ahí será mercadería dañada, ropa de la temporada pasada que entra en remate. Entonces le manda un mensaje al tipo de los eternos doble check azules, ese que siempre deja un tufo a incertidumbre y arrepentimiento. Mejor eso que sola, se dice, y se va a dormir pensando que ya cambiarán las cosas. Las manecillas del reloj se mueven una y otra vez… pero sigue sin pasar nada.

Acude a las amigas y se queja de que todos son iguales, que ella no sirve para el amor y envidia en secreto a la princesa con el anillo reluciente en el dedo. La misma que sonríe y habla de lo feliz que está mientras intenta ignorar la vocecita en su cabeza que le dice que ella quiere más que eso.

¿De qué se trata este cuento? ¿Quién es la princesa cuando las luces se apagan y la cama está fría y la noche en silencio? ¿Quién es ella cuando es sólo ella? Porque tal vez no está atrapada en la torre, tal vez simplemente no quiere salir. Que la verdad es que si los días se sienten sosos y el cuento ha perdido ritmo, es porque ella no ha escrito nada que sea interesante.

Al final no podemos protegernos del dolor pero sí hacer algo con él, usarlo como combustible, moldearlo como quien trabaja el barro. Eso hice yo aquí, y es la lección más importante que puedo dejarles. La vida es más feliz cuando entendemos que aquel amor verdadero del que tanto nos hablaron, ese que lo cura todo, sí existe y es el que te das tú, todos los días, cuando eliges ser más que una eterna víctima de las circunstancias. Cuando pones tu talento, tu energía y corazón en conseguir algo y no alguien. Que he escrito 99 lecciones, pero lo cierto es que no puedo decirles qué hacer porque averiguarlo es parte de la gracia. Que princesa que está entretenida no tiene tiempo para dramas, princesa que tiene metas y que escala montañas no mira para abajo porque no le sirve de nada, princesa que quiere que las cosas sean distintas se pone la mochila al hombro, se seca las lágrimas y da la pelea.

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