Feliz día papá

Una de las frases que más he escuchado en mi vida es “Eres igualita a tu mamá” y si vieran  fotos de las dos, probablemente ustedes estarían de acuerdo. Soy sin duda “hija de mi madre” y eso siempre será una forma de halago.

Lo que muchos no alcanzan a ver, es lo lo mucho que llevó de mi padre conmigo.

Sí, los ojos los saqué de mamá pero papá fue el que me enseñó a ver siempre a la gente por lo que es, por el corazón que tienen, por los valores que los definen, no por lo que tienen, ni por lo que aparentan ser.

Ni papá ni yo somos de gran estatura pero él es uno de esos chatos simpáticos, encantadores.  Es que al final, y eso me lo enseñó él, la verdadera altura te la da la personalidad, la forma en la que te relacionas con las personas, lo grande que sueñas. Papá es chatito, pero yo siempre lo he mirado hacia arriba.

Papá escribe. Estudió derecho, fue gerente general de una gran empresa y asesor legal de mil y un proyectos. Pero escribe. Su corazón está en los libros, en las letras. Los logros de su vida profesional le han dado satisfacción pero jamás le han hecho brillar los ojos como escribir la última línea de una novela. Papá, cuando escribe, está en casa y así también lo estoy yo.

Mi padre es un niño, un soñador sin remedio. Ningún plan es demasiado loco, ninguna meta inalcanzable, no cuando se tiene el corazón en el lugar correcto.

Papá fue el primero en enseñarme la importancia de no tomarse a uno mismo tan en serio, de  aprender a reírse de los errores, a ver el vaso medio lleno, a encontrarle el lado bueno a las cosas.

Entonces sí, soy igualita a mi madre y eso es maravilloso, pero también soy un reflejo de mi padre, de su visión del mundo, de su personalidad llena de color, de su inagotable cariño, de su enorme corazón.

Feliz día papito.